Cuando Sebastián se fue, decidió dejarle a Josefina tanto rencor para que ella nunca pueda olvidarlo. El eligió un poco, y otro poco no, dejarla sin siquiera un pedacito de primavera, y con tan poco verano, para que ya de nada le sirva vivir. Josefina con esa costumbre conformista, no pudo defenderse ni hacer (casi) nada al respecto (y digo casi, porque cada vez que se acordaba de el- y antes de reconocer que en realidad lo seguía amando- lo maldecía de arriba abajo). Pero lo que ella no sabia- o quizás si sabia y demasiado bien, pero la verdad en ese entonces era como un cuchillo que se le clavaba en el pecho cada vez que ella lograba destaparse los ojos- es que Sebastián había aprendido a desaparecer.
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